LA CHINCHETA DEL DOMINGO. Guadá...
Guada, o Guadá, como la llamaban también en clase, sintió nada más despertarse que iba a ser un dia ingrato. Era un dia de brumas en el Palmeral de Gran Rey, algo raro. “Hoy dan las notas finales y se acabó el cole”, pensó, otro día más, tonto y sin una razón. “Apura Guadá...que llegas tarde”, gritaba mamá...y corría Guadá con el camisón pegado al cuerpo.
Todo eran apuros en La Gomera
de los años 60. Apuros en el día a día, desde que Papá Antonio murió en
Venezuela. Nada había sido fácil. “Entonces tenía 2 años...”,
recordó Guadá, mientras entraba en los Grupos Escolares. Llegó el Maestro, sobre
en mano. “Tus notas...las mejores de la clase...te he enseñado todo lo
que sabía...aquí ya no tienes nada más que aprender”
Y volvió Guadá
a casa sobre sus pasos perdidos. Siempre temible, mamá abrió el sobre y sus
arrugas se tornaron en sonrisa: “Bueno Guadá, ya acabaste el colegio,
ahora a las cosas de mujeres, a la casa, y a buscar un hombre que te cuide”.
Y Guadá resbaló
hasta quedar sentada, a medias entre la tristeza y la amargura. “Ahora o
nunca”, pensó. Y a la niña, le salió la mujer que llevaba dentro.
“Hazme hacer eso, mamá, si quieres hundirme la vida...yo
quiero seguir estudiando”. Mamá no dijo nada. Rumió un par de días, e incluso se la
oyó hablar sola mientras llevaba el balde al cochino. Guadá esperaba
tormenta, pero no...ganó la batalla, y sin ella saberlo, la guerra de su vida. Por
una vez mamá debió intuir algo. Su mente de mujer gomera, maltratada en la
miseria, en la posguerra de una isla consumida por el hambre, debió ver algo
más allá. La luz más allá de la oscuridad.
Habló con su familia del barrio de Taco, en Tenerife, donde iban los gomeros. Allí iría Guadá, mujer sola en un mundo universitario de hombres, a ser maestra, lo que había querido: enseñar a los demás, lo que su profesor no pudo enseñarle a ella. “Volverá pronto” pensó mamá. No la conocía. Guadá, salvo de vacaciones, ya nunca volvió.
El Palmeral de Guadá |
Guadá voló libre. Estudió Magisterio, sacó
las oposiciones, se casó con un gomero que la entendió y que voló con ella, y
además de formar a generaciones de jóvenes, le dio tiempo a dirigir uno de los
mayores Colegios de Canarias y de sacar adelante a tres hijos. Guadá hoy mira atrás y
piensa qué hubiera sido de su vida, si aquel día de brumas, de 1964, no se la
hubiera jugado con mamá. Mujer contra mujer. Generación contra generación.
Guadá o Guada son todas ellas. Las de antes y las de
ahora: las mujeres que cada día se levantan sin conformarse con lo que el
destino les ha dispuesto. Guerreras con nombres de mujer, dispuestas a pelear o
caer en el intento. Legionarias en delicados cuerpos de mujer, capaces de modular
el difícil equilibrio entre amor y fuerza. ¿Y Guadá? a sus años, sigue
peleando, inasequible al desaliento y mimando a la niña que lleva dentro.
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