LA CHINCHETA. MIÉRCOLES 8 ABRIL, 2020. La Voz

En estos días perpetuos, en tiempos del virus, cuando suena el teléfono y al otro lado se oye una voz agotada que llama del hospital, donde padre, madre, o hijo, estaban ingresados, el abismo debe abrirse bajo las piernas a la espera de esa voz.
Por la voz todo se sabe. La voz de la vida es alegre y animada, la voz de la muerte es una voz agotada, un lamento, que, como un cuchillo afilado se pasea sin miedo. Nos estamos deshumanizando, hasta el punto de que consideramos normales cosas que antes nos atormentaban. La Comunidad de Madrid ha puesto en marcha un teléfono para informar a las familias sobre la ubicación de las personas que han fallecido por el virus. La búsqueda se realiza por el nombre o por número de identificación.
Imagínense a la voz: “diríjase a tal sitio, el cadáver de su familiar está ubicado en la cama X, con número de registro X y no olvide: no puede verlo, hable con su funeraria, será incinerado y ya le dirán dónde está, para más adelante. Lo sentimos mucho”. Y eso si cogen el teléfono, ayer estaba en espera...y espera...

¿Qué carajo nos está pasando? ¿Es que el Virus, además de comerse nuestro cuerpo, también se come nuestra mente, nuestros sentimientos? Llámenlo como les dé la gana, pero es puro dolor imaginar a papá o a mamá, con un número colgado de la cama, viajando a la eternidad, y que una voz casi imperceptible, sea el último punto de conexión. Es como el caso de los desaparecidos, nunca se acaba de aceptar que se hayan ido. No lo has visto, no sabes, no te lo crees…
Sé que las cosas, dada la situación, son como son y ocurren así, sin reproches o culpables. Pero que duro es que tengas que llamar tú mismo para preguntar por la muerte y que te digan registro y sitio, como si de un objeto perdido más se tratara. Debe ser un tormento inimaginable para quienes tienen que poner, la voz de la muerte.

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