LA CHINCHETA. La Cruz de Irene y Kiko...

“Hoy toca. La despensa está vacía. Si no vas tú, iré yo. Sé que te da vergüenza, pero nuestros dos chiquitos tienen que comer caliente. Tú y yo nos arreglamos, en peores plazas hemos toreado, pero ellos no. Déjalos que vivan aún en esa cajita de felicidad donde los guardamos. Así que coge la mascarilla, que así te tapas la cara y no te conocen, vete a por la bolsa de comida...”

Kiko salió de casa. No era lo que tenía planeado cuando se enamoró de Irene. Pero, carajo, los planes no siempre salen bien. Ni los trabajos. Ni los Coronavirus. Manos al bolsillo, mascarilla apretada y nudo en la garganta, a ver si no encuentra a nadie conocido. El paro se le acabó hace tiempo, y llegó el “bicho”, así que... “Tenía que haber estudiado más” va rumiando Kiko en su andar...

Sudor en las manos. Toca el timbre, mientras recuerda que hace meses trabajaba como un burro, pero vivía en paz. Ahora, ni burro, ni paz. Se abre la puerta, y una mano saca la bolsa. Son apenas dos minutos. “¿Todo bien Kiko? La mente, siempre alerta, saca del archivo la respuesta automática: “ahí vamos, a ver si sale algo. Irene también lo intenta. Los niños están bien. Gracias” Media vuelta, paso a paso, lagrima a lágrima, y la misma pregunta una vez tras otra: ¿qué carajo he hecho mal? Irene y los niños no se merecen esto...

Kiko llega a casa. Suelta la bolsa. Otra más en el calendario de la limosna. Irene se acerca, lo acaricia y lo besa, “venga Kiko, que el mes pasado fui yo. Cariño, saldremos juntos de ésta ¿sabes?”. “¿Cómo lo sabes?” pregunta Kiko. “por los pibes y porque si te quiero tanto, así en las malas, cómo no será en las buenas tolete”. Los dos sonríen, él la mira y envidia su fuerza interior. En la cocina, ya huele a papas fritas, huevos y salchichas. Y hay refresco para los nenes...
Irene y Kiko (nombres ficticios para una historia real) son como la moneda, a cara o cruz. Son las sombras que pasan hambre. El hambre que no se ve en directo por la TV. Kiko e Irene, gentes como usted o yo, a quienes el virus ha convertido en una moneda que no tiene cara, sólo la cruz...


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