LA CHINCHETA. Las Lágrimas de Murillo
Conozco a Pedro Murillo, periodista de Radio Club Tenerife (Cadena SER) desde hace muchos años. Fuimos compañeros 6 largos años, a golpe de noticia. En las buenas y en las malas. Es un tipo curtido ya en mil batallas, sucesos, y dramas sociales de todo tipo. Murillo se ha desgastado los zapatos en andurriales inconfesables, y ha visto de todo, asesinatos y muerte.
Ayer, cuando estaba acompañando y relatando en directo, el
camino de los inmigrantes llegados de Gran Canaria, rumbo a las instalaciones
de Cruz Roja, Murillo, rompió a
llorar en antena. No lloraba realmente porque le impactara el estado de los
migrantes. No, lloró de tristeza y rabia por los insultos racistas que algunos vecinos
proferían a su paso. “Nos insultaba nuestra propia gente” decía Murillo, incapaz de mantener la serenidad
necesaria para seguir hablando.
Al escucharle, no solo se me pusieron los pelos de punta,
sino que me invadió una pena que hoy por la mañana sigo cargando encima. Algo
feo está bullendo entre nosotros, cuando existe una sola persona, solo una, capaz
de insultar (prefiero no contarles en qué términos) a quienes muertos de hambre
y sin un sitio para dormir, iban a suplicar ayuda.
Si el bueno de Pedro
estaba llorando, algo muy feo debió ver u oír. Un tipo acostumbrado a la desgracia
humana, no suelta lágrimas de cocodrilo. “Nos están invadiendo...”
es el mensaje que lleva tiempo oyéndose en las cloacas malolientes de las Redes
Sociales. Falso. Son inmigrantes, pero no toletes.
Saben de nuestro terrible paro, de nuestro turismo aniquilado,
de lo que cuesta hacer la compra. ¿De qué iban a vivir aquí...? Muchos no
estarán de acuerdo conmigo, y ya sé lo que me van a decir: que, si vienen con
buenos móviles, buenas ropas, a quedarse en nuestros hoteles... Seamos
sinceros, es lo que nosotros mismos querríamos si llegáramos a un lugar a
buscarnos la vida.
En el Puerto de Santa
Cruz se llamaban con sus familiares, que les esperan. Muchos con empleo
y techo disponible ya. Solo quieren irse. Y a lo que se ve, el Estado quiere que se queden en la cárcel de Canarias. Solo espero que las lágrimas de Pedro Murillo, no sean las del sabor amargo
del llanto eterno, que cantaba Serrat
y podamos cambiarlas por sonrisas. Y no te avergüences por llorar, Pedro. Vergüenza debe sentir, quien cambia las
lágrimas por el más miserable de los insultos: el del racismo rastrero y mal
disimulado.
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