LA CHINCHETA DEL DOMINGO. Caraduras y Arrimados

Les habrá pasado, pero a estos “jetas” nadie les afea su conducta en público. Desarrollan una especie de mecanismo ancestral (como dice “El Recio”, en “La que se Avecina”), para no pagar en bares o cafeterías, ser invitados, mandarse a mudar y que pague otro, pidiendo lo más caro de la carta. Son una especie evolucionada tipo Alien, con tácticas de guerrilla perfectamente estudiadas. Vamos allá...

El Arrimado: detecta la presencia de su presa desde la barra del bar, incluso antes de que está haya guardado las llaves del coche. Entonces activan su modo “cobra”, reptan despacio y arriman el codo contigo. Con los comentarios típicos (la familia, el colegio de los nenes, el trabajo o quien se murió), cogen la posición y ya la mantienen como legión romana. Nadie sabe por qué, pero les acabas invitando a algo. Café, copa o tisana. Da igual, analizan sociológicamente a la presa y van disparando con cartucho ajeno todo el día. Salen de casa con 5 euros, y vuelven con 6, comidos y bebidos. Están ufanos de haber pegado el “tranque”. Se ríen como perro pulgoso de la estampida que han dado.  

Los Caraduras: está el elemento/a que a la hora de pagar tiene que ir al baño o a mover el coche, que siempre dejó mal aparcado (adrede...). A la vuelta, saca la cartera, que siempre está con telarañas, y dice que cuanto le toca (ya pagado el asunto), entonces hace amago de pagar la siguiente ronda, que nunca paga, y de repente sale por la puerta, con cualquier excusa, y se larga con el coche chillando ruedas. Otro que se ríe. Peor es el de “las comidas compartidas”. Ése es el tremendo/a “jerola”, que mientras usted es comedido en una comida entre todos, y pide pechuga de pollo o una pizza, pues ¿no va el malandro/a y pide solomillo? A la hora de pagar se encoge y entre risas groseras, paga lo mismo. Igual que los desayunos compartidos: el que siempre pide el jugo de naranja de vaso entero, mientras los demás se conforman con el cortado de rigor.  

Siempre hay excepciones. Este verano compartí momentos agradables con unos amigos que no tenían nada que ver con estos especímenes. Me siento orgulloso de ver que todavía hay gente, que, si sale por ahí, gasta lo que tenga y toca. Y si no se queda en casa, como yo. La edad le da a uno algo que hay que saber apreciar: rodearse de gente que vale pena.

 

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